sábado, mayo 21

Pan para el desayuno


A Yuvia: una primicia en su cumpleaños.

Aunque la calle era de un solo sentido, Flor miró a ambos lados antes de cruzar y esperó a que pasara el único coche que circulaba por ahí a esas horas de la mañana.  Venía de comprar pan para el desayuno.
Ella y Efinio llevaban meses con problemas, pero los últimos días habían sido un infierno. Y anoche todo explotó: alcoholizado le levantó la mano y ella gritó furiosa. Le dijo cosas horribles. Él se volteó y rompió una muñequita de cerámica barata, recuerdo de una primera comunión. En realidad no quería que su mujer, un miembro del sexo débil, lo viera luchar para contener el llanto: la referencia a la muerte prematura de su hermana había sido una puñalada hartera.
El Tsuru blanco terminó de pasar; a lo lejos venía un taxi, pero el tiempo alcanzaba para cruzar sin prisas, así que Flor comenzó a andar. En la bolsa de papel traía, además de las consabidas teleras, una concha de chocolate para Efinio, como muestra de buena voluntad, para tratar de arreglarse una vez más. El café ya debía estar listo: había puesto la cafetera antes de salir por el pan.
En la acera estaba sentado un hombre de gorra y chamarra gris. No se veían sus ojos, pero Flor supo que la estaba mirando. El desconocido le sonrió amablemente y ella devolvió la sonrisa. Con la mano izquierda, tomó el cigarrillo que estaba fumando y se puso de pie caballerosamente, con calma.
Flor lo vio sacar la mano derecha del bolsillo y no supo más. Cayó a tres pasos de la acera, frente a la vecindad, con la cara y el cerebro barrenados por una bala.
El hombre apagó el cigarrillo en la suela de su zapato y lo guardó en el bolsillo. Llegó a la calle Oriente 100 donde se perdió entre la gente mientras los vecinos salían alertados por el disparo. Salieron todos los que estaban en las casas y los negocios.
Todos menos Efinio quien no oyó el disparo, según diría más tarde a los policías ministeriales que no creyeron ni una palabra y lo detuvieron.

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