miércoles, julio 6

La Esquina


“Maldita lluvia”, pensó el Chente.
“Maldita junta”, pensó el Güero. “Voy tarde”.
“Maldita vieja”, pensó el Richi. “¡Hasta que se fue! No me dejaba cerrar.”
Sonó el teléfono de los abarrotes, pero Ricardo no contestó. “Ya no estoy. No molesten. Ya me fui”. Cerró la cortina con enojo.
“El pavimento está mojado”, avisó Vicente por la radio de su tráiler. El vehículo, por supuesto, no era de su propiedad, pero él lo conducía, así que, al menos a ratos, era suyo.
“Lizárraga”, contestó Eduardo. Él no se andaba con babosadas como “Bueno” o “¿Quién habla?”: no tenía tiempo. Nunca tenía tiempo que perder. “Ah, eres tú, mi vida… Sí, ya estoy de camino. Ya sabes, el tarado de mi jefe y su juntitis. ¡Siempre sale con alguna tontería!”
El Richi cruzó la calle y se subió al micro. A una cuadra y media se veía el vehículo del Chente, quien refunfuñaba contra el tráfico aunque casi no había coches.
El Güero no vio a nadie, o no se fijó por estar pendiente de la llamada, así que se pasó el alto. Tampoco escuchó el bocinazo de aviso de Vicente. Aceleró.
El Chente volanteó y alcanzó a evadir la camioneta roja. Ricardo, ocupado con su música, tampoco escuchó el claxon ni vio al tráiler chocar contra sus abarrotes “La esquina”.
Cuando Vicente se bajó, más asustado que furioso, alcanzó a ver al Güero dándose a la fuga como si nada. Entonces sí se enojó.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La distracción siempre presente en la vida cotidiana...!