miércoles, junio 29

Ahorcado


Había algo extraño. El doctor Camarena Robles lo notó tan pronto como vio el cadáver. Evidentemente no era un suicidio, como creía el sargento García, pero el perito no dijo nada.
Lo dejó revisar las pertenencias de la víctima. Un encendedor y nada más. No había cartera ni identificación. Ni camisa, sólo manchas de sangre en la camiseta blanca y el pantalón de mezclilla deslavada.
También en el suelo, muy cerca del occiso, había sangre. Y más arriba, en la pared, como a dos metros y medio del suelo.
-Nadie se suicida así. No en un edificio abandonado. No en un picadero –se atrevió finalmente a hablar-. Y menos tan a la vista.
-Después de tantos años –respondió García-, ya nada me sorprende. Usted tampoco debería verlo tan extraño, doc.
-Mire el cuerpo, sargento: los pies están apoyados en el suelo y las piernas dobladas. Y las manos por dentro del lazo hecho con el cinturón. Así no se ahorca uno, más que por error.
García observó nuevamente los restos y miró expectante al perito.
-Pa’ mí que lo tiraron desde allá –señaló hacia el primer piso del edificio abandonado-. O se cayó. Pero yo creo que lo tiraron y luego trataron de simular un suicidio.
-Y dígame, doc, ¿cuál sería el móvil del asesinato?
-Eso, sargento, le corresponde averiguarlo a usted.
El inquisitivo cerebro de García comenzó a girar, barajando posibilidades. ¿Celos? ¿Robo? ¿Drogas? ¿Una mezcla de todas ellas? Odiaba los acertijos, incluso las adivinanzas y los colmos que contaban sus hijos.
Se encaminó a entrevistar a los vecinos con una idea fija en la mente: encontrar quién confirmara que fue suicidio y cerrar el caso de una vez. Pero la respuesta fue siempre la misma: nadie lo conocía, no era de por allí, nadie vio cuando lo mataron.
Y, para colmo, era el segundo muerto que aparecía ahí en lo que iba del año. Ya incluso habían pedido la demolición del inmueble pues ahí se reunían extraños a consumir alcohol y drogas. Nadie en su sano juicio se acercaba de noche.
-Drogas. Cosa de deudas entre narcomenudistas. Ya lo dijo el comandante: la mayoría de los asesinatos del país se deben a las malditas drogas –pensó en voz alta.
-¿Y por qué disfrazarlo de suicidio? Esto fue algo más doméstico. Una venganza, quizá. Tal vez el amante de su mujer…
-¡Qué imaginación la suya, doctor! Debería escribir telenovelas…

1 comentario:

Lucia Elisa Villarreal dijo...

ñ.ñ me recordaste a la historia del Comandante Moneda, que sale en el libro PLACA 36