lunes, mayo 23

La culpa


Pancho no podía salir de la camioneta. Tampoco recordaba demasiado bien qué había ocurrido: los últimos minutos eran sólo un borrón de velocidad, adrenalina y alcohol.
Como suele suceder en una tarde desocupada, surgieron las chelas. No importó que estuvieran en la chamba; total, era una bodega que casi nadie visitaba, y menos en sábado por la noche.
Les amaneció en el agua. “Vámonos a casa, primo”, dijo Chava.
Pancho se sentó al volante y Salvador a su lado.
“¿Dónde está Chava?”, quiso preguntar Francisco, pero no pudo articular palabra. Volteó torpemente a todos lados, hasta que lo vio, echado sobre una camilla quejándose y sangrando.
“¡Su jefa me va a matar!” La tía era de armas tomar, y desde que iba al templo estaba en contra del licor. “Es cosa del diablo”, les decía siempre. Y ahora su hijo iba en la ambulancia por culpa del alcohol…
“No. Por mi pinche culpa. El que chocó contra el árbol fui yo. ¡Qué pendejo soy!”
Después del choque la camioneta empezó a girar. Salvador ya había dejado de reír. Se venían burlando de Omarcito, que aprovechó el espacioso asiento trasero de la Sienna para recostarse pues se sentía mareado. “¡Ni aguantas nada!”, dijo Pancho. “Estás chavo”, remató su primo. Y Omar sólo les hizo una seña con la mano derecha desvaída.
“¿Dónde está el morrito?” Otra vez no logró articular nada. Miró hacia el traqueteado vehículo. Omar seguía echado en el asiento de atrás. Pero algo andaba mal: estaba todo retorcido, enredado como un caracol de playera roja. “Está muerto”, le informaron.
“¡Lo maté! Puta madre. Yo lo maté…”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Woow, ¡que historia! me enganchó, usted siempre tan lleno de talentos. Un abrazo :)

MONIRIOS2